¿Vos bien? Bien ¿Vos?


Publicado en "Continuidad de las Voces 2012", De Los Cuatro Vientos.


El otoño muerde en esta mañana color gris lunes. El andén está casi vacío del lado que yo espero y pienso —siempre pienso— que es una buena metáfora de mi vida en Buenos Aires.
            El tren a Once se detiene, las ventanillas se llenan de más abrigos apretados y se va. El mío, para variar, no tiene hora de llegada. Partidas inciertas, andenes contrarios... Bien podría escribir algo, pero: ¿qué?
            —Hola
            Una voz que conocí mucho. Me vuelvo:
            —Hola.
            Su nariz con frío asoma por sobre la bufanda. Se quedó pelado. El aliento envuelve su cara con un vapor leve y efímero.
            —...
            —...
            Mi cara despliega su propia cortina de vapor.
            Pregunto:
            —¿Todo bien?
            —Bien ¿vos?
            —Bien ¿Qué hacés por acá?
            —Vine a una audiencia —dice.
            —¿Seguís por allá?
            Enciende un cigarrillo, exhala hacia un costado. Nunca me gustó su aliento a cigarrillo.
            —¿Vos que hacés? —pregunta.
            —Ahora nada.
            Me mira y sus ojos verdes esconden la pregunta —porque lo conozco bien y sé que esa mirada anticipa siempre una pregunta, pero no la que me hace:
            —¿Estas bien?
            —Bien, si.
            Con las manos recargadas en los bolsillos miramos el andén contrario.
            Dice:
            —¿El tren a Once es acá?
            —Enfrente —remarco con un gesto de la cabeza y nos quedamos mirando al andén contrario.
            —Me casé y tengo un hijo —comenta.
            —Qué bien, te felicito. ¿Cómo se llama?
            —Como vos.
            Apura una pitada.
            Exhala.
            Allá enfrente la gente empieza a amontonarse.
            Inhala.
            Mis zapatos perciben el retumbar del tren que se acerca.
            —Viene un tren —comento.
            —¿El tuyo o el mío?
            Nos miramos. Exhala. Al final del andén aturde la campanilla, la barrera baja y los autos empiezan a gambetearla. Él enfila al puente peatonal.
            —Escribo —disparo a su nuca.
            Vuelve a mí.
            —Te decidiste, muy bien.
            —Si, bien.
            —Me gustaría leerte.
            —Te mando algo —prometo, y no intento saber su correo electrónico, ni él hacérmelo saber.
            Los autos dejan de cruzar.
            —Es el tuyo —comento.
            Nos miramos en silencio y entendemos que es el momento de irse.


Jorge Churio